LUZ DE TIERRA
Pablo Guerrero
Textos de: Santos Domínguez (“Por la calle del aire”), Basilio Sánchez (“Hay un hombre en la orilla”), Javier Rodríguez Marcos (“Cansancio”), Félix Grande (“Noria de noches”), José A. Ramírez Lozano (“Maneras del deseo”), Serafín Portillo (“Solo un instante”), Santiago Castelo (“Nana estival para acunar un amor”), Alejandro López Andrada (”Los visillos”), Jesús García Calderón (“Antes de otoño”), Mª José Flores (“De la mujer”), Álvaro Valverde (“Los pasos de noviembre”), Ada Salas (“Paisaje urbano”), Ángel Campos Pámpano (“Por aprender del aire”), Luciano Feria (“La calle limpia”), José Antonio Zambrano (“Canto desnudo”).
Producción: Luis Mendo
Músicos: Luis Mendo, Nacho Sáenz de Tejada, Santi Vallejo y Luis Escribano.
Fotografías: Enrique Cidoncha.
Diseño gráfico: Miguel Goñi
[Dedicado a Ángel Campos y Fernando Pérez]
Por su morfología Luz de tierra es un proyecto colectivo que guarda muchas similitudes con obras de los años sesenta y setenta, cuando llega a su auge en España la llamada “canción protesta”. Con escasa influencia estadounidense (Peter Seeger) y una marcada huella hispanoamericana (Violeta Parra, Víctor Jara) y francesa (Georges Brassens, Jacques Brel), este tipo de canción, sobre textos propios y ajenos, atrajo a autores como Raimon, Paco Ibáñez, Víctor Manuel, Imanol, Labordeta, Lluis Llach, Juan Manuel Serrat o los extremeños Luis Pastor y Pablo Guerrero.
El propósito que animaba a estos cantautores no era muy distinto a los de los poetas de la generación del cincuenta (como Otero, Celaya, o Ángel González): convertir el poema, y la canción, en un “arma cargada de futuro”, en una herramienta de transformación social y en un medio de crear estados de conciencia colectivos con el fin de derrumbar el interminable régimen nacido de la guerra civil. Este es, como se sabe pero no supo ver el censor de turno, el sentido de los versos de “L’estaca” de Luis Llach: “Si estirem todos ella caurá / i molt de temps no pot durar”...
Cuando recurrieron a poner música a textos ajenos, los poetas preferidos fueron Antonio Machado, Rafael Alberti (“A galopar, a galopar / hasta enterrarlos en el mar”), Miguel Hernández (“Carne yugo ha nacido / más humillado que bello”) y Celaya (“Siento en mí a cuantos sufren / y canto respirando”), además de otros muchos nombres, entre los que citamos a Octavio Paz, algunos de cuyos poemas musicó Luis Pastor (“Madrid, 1937 / En la plaza del Ángel, las mujeres / cosían y cantaban con sus hijos. / Después sonó la alarma / y hubo gritos / casas arrodilladas en el polvo...”).
Tan intensa era esta determinación que podía encontrarse en las letras más intimistas. Así sucede en una de las más conocidas canciones de Pablo Guerrero, en que su arranque (“Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes”) anuncia una composición amorosa cuyo segundo verso niega rotundamente (“pero ¿quién nos ata?”), pues el poema incorpora la denuncia de una coacción política y moral que, como aseguraba Llach, tiene los días contados (“que es tiempo de vivir y de soñar y de creer / que tiene que llover / a cántaros”).
Pasados los años, la poesía y la canción regresan al ámbito de la intimidad, pues la labor de testimonio y denuncia está reservada, en sociedades democrática, a la prensa independiente. Si comparamos la presente obra con cualquiera de aquellos años resaltan de inmediato los cambios. El poema ha vuelto a refugiarse en el intimismo. Y así, el amor y las emociones aledañas están presentes, de un modo u otro, en los poemas de Santos Domínguez, Serafín Portillo, Ramírez Lozano, Santiago Castelo, Ángel Campos, Luciano Feria o José Antonio Zambrano, al tiempo que los tonos graves y meditativos aparecen en las composiciones de Álvaro Valverde y Basilio Sánchez.
¿Ha desaparecido por completo el enfoque testimonial y crítico? No. Podemos encontrarlo en un poema de Félix Grande (pero el texto pertenece a un libro de 1978, Las Rubáiyátas de Horacio Martín): “Otros sufren de hambre o padecen prisión / o viven con vergüenza o con humillación [...] Yo llevo ese secreto que va en mi corazón”.
El hecho de que un planteamiento similar pero desde una perspectiva femenina, o incluso feminista, aparezca en una autora tan joven como María José Flores (1963) invita a pensar que la visión solidaria del entorno y la apertura a lo demás es, en última instancia, otro de los temas universales de la poesía:
“Las mujeres marcadas por la ceniza
veladas por la niebla del desprecio.
La que oculta su cuerpo con las lunas y busca
la pureza del agua.
La que trenzó en la noche un collar silencioso
de abandono y espera.”
[Publicado en Hojas de plata, nº 2, 2009, págs. 25-26]
De vez en cuando es útil detenerse por algunos blog y observar con cuidado lo que nos ofrecen. Me refiero, sin duda, a esto que tengo frente a mis ojos y que junto al haz de trabajos que lo acompañan, no deja de ser un
ResponderEliminarexcelente producto cultural.
Enhorabuena al director de la revista "Hojas de Plata", Andrés Parejo y a su equipo de colaboradores por todo lo que nos ofrecen, esperando redunde en sus usuarios y beneficiarios.