viernes, 17 de julio de 2009

Teoría de Nueva York



NUEVA YORK: EL SUEÑO Y LA QUIMERA


Alfonso Armada

Madrid, Espasa- Calpe, 2007, 402 págs.


Como no podía ser de otro modo, la ilustración de portada de este espléndido ensayo sobre Nueva York ofrece la imagen que tal vez más perdure de la ciudad durante lustros en la memoria de Occidente. Una excelente fotografía de Corina Arranz muestra Manhattan como un inmenso trasatlántico de dos chimeneas navegando herido entre el Hudson y el East River. No cabe duda de que este terrible episodio, terrible en su misma ejecución pero también por las siniestras consecuencias posteriores para la historia de la humanidad (una intervención justa en Afganistán; una disparatada invasión de Irak), impulsó la composición del libro y contaminó su contenido (que no es, en sentido estricto, sólo una narración de los atentados).

Ya en el primer capítulo de libro (“El deseo y la quimera”), Alfonso Armada recoge varias premoniciones de la catástrofe: de Galo Galarza (La dama es una trampa, 1996): “Sobre esta ciudad, y eso lo juro por mi madre, lloverá candela”; de Elwyn B. White (Here is New york, 1999): “entre todos los objetivos posibles, Nueva York disfruta de una indiscutible prioridad”, a la vez que recoge otras paradojas: “José Luis García Martín recuerda en “Cadena de hoteles” [...] que los nazis habían pensado bombardear Nueva York: ‘Una V-1 lanzada desde un submarino nazi contra el Empire State’. Los misiles soviéticos han estado apuntando contra Manhattan durante décadas (como los estadounidenses contra Moscú). Y el programa americano para fabricar el primer artefacto atómico se bautizó –triste paradoja- proyecto Manhattan. Y sin embargo el atentado no fue ni nazi ni comunista, ni con proyectiles atómicos ni convencionales, sino con aviones comerciales cargados de combustible y pasajeros en gran parte estadounidenses y pilotados por musulmanes que se habían entrenado en academias estadounidenses y creían que al morir matando lo hacían por una causa tan justa como santa” (p. 39)

El segundo capítulo (“La muerte”) describe a modo de diario el atentado en Manhattan desde que a las 8,46 un avión de American Airlines se estrellara contra la torre norte. Como se sabe, todos los focos informativos del mundo iluminaron los edificios neoyorquinos durante 102 minutos hasta el desplome de la segunda torre (coincidiendo por tanto con el horario de los informativos matinales en América, de mediodía en Europa y los nocturnos en extremo oriente).

Siguen otros capítulos dedicado al rascacielos (“Las torres”), a la historia de la ciudad desde que los holandeses compraran la isla a una tribu india y la fundaran con el nombre de Nueva Ámsterdam (“La luz del pasado”), las sucesivas avalanchas de inmigrantes (“Los ríos humanos”), la imagen que de ella han dejado pintores, cineastas, escritores y músicos (“Las representaciones”) para terminar este bloque con un capítulo titulado “Teoría de Nueva York”, en que esta ciudad de ciudades (Bronx, Harlem, Queens, Long Island, Manhattan) muestra de un lado su enorme fortaleza y de otro su terrible vulnerabilidad, es objeto de deseo pero también una despiadada quimera: “Una especie de animal fascinante que te seduce, pero también te devora [...] Todo el mundo quiere hacerse un hueco en ella, es el sueño, el gran faro. Sin embargo, muchos se estrellan al llegar allí. La ciudad tiene una gran capacidad de atracción, pero muchos pierden su alma intentando cumplir sus sueños”

Junto a un indudable carácter viajero por este laberinto urbano acompañado de amigos y conocidos, sobresale de la obra que comentamos el extraordinario caudal de lecturas sobre la ciudad, una bibliografía también laberíntica en que comparecen Juan Ramón Jiménez y García Lorca, Capote y Kafka, Whitman y Paul Auster, Dalí y Hooper, pero en la que destacan como guías predilectos Henry Roth (Llámalo sueño), José María Conget (Cincuenta y dos y octava), Peter Conrad (El arte de la ciudad), Francis Scot Fitzgeral (El gran Gatsby) o el ya citado Elwin B. White (Esto es Nueva York). Y es que, como todo buen ensayo, este “Nueva York” de Armada invita al lector a un diálogo con las obras conocidas y a descubrir las que aún no conocemos.

Un segundo bloque, más breve, contiene las entradas de un diario elaborado durante los años de su corresponsalía en la ciudad, escrito entre enero de 1999 y agosto de 2005. Uno de los comentarios puede dar idea de la efervescencia de esta “capital del tercer mundo”, de este “melting pot” alimentado a partes iguales de deseos y de quimeras: “desde la Primera Avenida que oculta el East River con su farallón de hospitales para pobres, locos y torturados en guerras olvidadas a las casas sociales sin muebles y con tarados, drogadictos, exiliados y emigrantes que se han estrellado contra el canto de hierro del sueño, el tramo de Harlem con su peluquería rusa que parece un cenáculo mafioso, los masajistas chinos, el todo a cien y las escaleras donde sestean y agotan el subsidio hispanos y negros, a los adivinadores, los borrachos que duermen en la acera, la ferretería, la pequeña India y los taxistas, el emporio de las especias de Kalustian, nuestra puerta, el metro, el aparcamiento, el puesto de comida para taxistas apresurados, la pequeña África con Boradway, el bosque de Macbeth de tantas floristerías que se resiste a morir, el tramo oscuro, la moda efímera, los clubes de negros, las curvas de otras melancolías y casas baratas [...] tinglados, talleres, avenidas de ciudad industrial y el majestuoso y también casi siempre invisible Hudson. La 28, mi calle, nuestra calle, es un compendio de Manhattan. Mi Nueva York” (p. 360-370)


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