CUENTAS
SALDADAS
Juan
Carlos Fernández Calderón
Mérida,
Editora Regional de Extremadura, Col. Vincapervinca, 2017, 400 págs.
Nacido en Villafranca de los Barros, en
1962, Juan Carlos Fernández Calderón es un articulista e investigador que ha
colaborado en medios radiofónicos y televisivos, y en presa escrita: diario Hoy, periódico ABC, así como en varias revistas (Cuadernos de Çafra, Papeles del Foro), atraído por el periodo de la
transición y el tardofranquismo en la ciudad de Zafra, sobre personajes
históricos del siglo XX, siempre con un enfoque político y social. Entre sus obras
de investigación destacan: Hospital de
Zafra. Apuntes para una historia (208), El
centro sindical de Formación Profesional Santísimo Cristo del Rosario (2010),
Notas para una historia del turismo en
Zafra (2013) y Antonio Chacón Cuesta.
Alcalde, diputado y procurador en Cortes (2015). En 2011 recibió el premio
“Hontanar” de narrativa breve (Ponferrada, León) por su obra Fuego amigo.
Cuentas
saldadas, su primera novela que publica ahora la Editora Regional de Extremadura, sitúa su trama en una localidad ficticia, Riogrande de los Montes,
en un periodo que abarca desde los años de la Transición hasta el umbral de la
última crisis, ya en pleno siglo XXI, pero su elucidación se remonta a los años
de la guerra civil en que tiene lugar el turbio episodio con que arranca una
sucesión de corruptelas, protagonizada por una saga de caciques, que fueron toleradas
o encubiertas por las instituciones del franquismo y proyectan su sombra
ominosa sobre el nuevo y frágil régimen democrático sometido a la misma
corrupción y a la misma arbitrariedad en el ejercicio del poder. Reproducimos
un fragmento de los modos de hacer política durante el llamado tardofranquismo.
“-Gracias, Paredes, gracias. Sé positivamente
que puedo contar con usted. Mire, los papeles, me los quedo. Usted no ha visto
ni ha oído nada. Borre del registro de visitas la del comandante, y si no puede
y alguien le pregunta, se inventa una excusa: que ha venido a traer una
invitación para algún acto, qué sé yo, lo que se le ocurra. Y le advierte de mi
parte que si se va de la lengua, me encargaré personalmente que ejerza de
comandante, pero de puesto, en el cuartel más alejado y cochambroso que haya en
las Canarias. Dígaselo así, que seguro que lo entiende.
-Seguro,
seguro. Se lo dejaré bien clarito. Tiene mi palabra.
El gobernador se levanta y automáticamente
lo hace Paredes.
-Tengo
un ardor de estómago que me mata, haga el favor de decirle a Marta que me
traiga un poco de agua y bicarbonato. Y una pastilla de Okal, que también
empieza a dolerme la cabeza. Y que no me pase llamadas, que por hoy ya tengo bastante”
[pp. 120-121].
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