jueves, 18 de enero de 2018

El mundo es ancho y diverso


EL MUNDO ES ANCHO Y DIVERSO

Eduardo Moga
Tenerife, Editorial Baile del sol, 2017, 167 págs.

   Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una notable y dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce, pero la labor del escritor se ha abierto a otras facetas como la traducción (Ramón Llull, Frank O'Hara, Éraviste Parny, Charles Bukowski, Carl Sandburg, Richar Adlington, Tess Gallager, Arthur Rimbaud, Billy Collins, William Faulkner, Milton Rokead, Walt Whitman), la crítica literaria que ha ejercido en recitas como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, Ínsula, Turia, o Quimera, y ha recogido en volúmenes como De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015), Apuntes de un español sobre poetas de América (y algunos otros sitios) (2017) o la edición (fue codirector de la colecciónd e poesía de DVD Ediciones desde 2003 hasta 2012). En la actualidad, es director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador del Plan de Fomento de la Lectura.
   Otro de los géneros en prosa cultivado por el escritor ha sido el libro de viajes, con títulos como La pasión de escribil (La isla de Siltolá, 2013), que recoge los viajes por Venezuela, República Dominicana y México, o sus libros sobre Inglaterra: Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España) (La isla de Siltolá, 2015), Corónicas de Ingalaterra. Unavisión crítica de Londres (Vasarek Ediciones, 2016). A este territorio pertenece su última obra, publicada por la editorial tinerfeña Baile del sol, El mundo es ancho y diverso, que recoge tres viajes realizados por el autor invitado a leer su obra: a la isla de Lanzarote, a Túnez, y a una gira por varias ciudades de Chequia, Eslovaquia, Polonia y Ucrania. La literatura “viajera” de Eduardo Moga surge de una notable capacidad de observación y una sensibilidad abierta a la belleza de unos entornos distintos, que describe con humor, agudeza y precisión, pero atento también a lo deforme y a lo absurdo (la horrible arquitectura soviética en los países del Este, la prolija vigilancia policial y militar en Túnez tras el atentado al Museo Nacional del Bardo de 2015 que ahuyentó el turismo europeo…). Reproducimos un fragmento de este viaje de 2016.


“4 de mayo

   Vuelo hoy al Cuarto Encuentro Euromagrebí de Escritores que se celebra estos días en el pueblo de Sidi Bou Saïd, a unos veinte kilómetros de Túnez. Se trata de una iniciativa de la Unión Europea en el país magrebí para reforzar los lazos y el conocimiento entre autores y europeos y norteafricanos, que cada año se desarrolla en torno a un tema central. El encuentro al que se me ha invitado trata de “Literatura y diálogo”, uno de esos enunciados bienintencionados (¿quién no está a favor del diálogo, aparte del Es Estado Islámico y José Mourinho?) y lo suficientemente amplio como para que se pueda hablar casi de cualquier cosa. Por desgracia, el vuelo no es directo. Los vuelos con escala suponen duplicar las incomodidades del transporte aéreo: si un aeropuerto y un avión son ya insufribles, dos se me hacen apabullantes. Por lo demás, todos los aeropuertos son iguales: estoy ahora en Fiumicino, pero miro a mi alrededor e igual podría estar en Tegucicalpa. La repetición homogeneiza los procedimientos y, en este sentido, nos ayuda a manejarnos en lugares que de otro modo resultarían disímiles, pero también cercena toda noción de lugar: el aeropuerto es el no-lugar, el espacio en el que no existimos, el territorio sin materialidad ni tiempo en el que nuestra propia masa se disuelve en la nulidad de lo igual. En el aeródromo de Roma disfruto de algunos de esos momentos que hacen de volar una experiencia inolvidable, como que me cobre 9,90 euros por un bufalino –un lacónico bocadillo de queso- y una cerveza “Corona”, o que una monja que se me ha sentado al lado –en Roma hay muchas monjas; en Roma las monjas son legión- me plante en los pies una voluminosa mochila –que,  por su peso, debe contener media biblioteca vaticana- y me mire con ferocidad muy poco cristiana cuando consigo sacar un pie de debajo del bulto y lo aparto con un discreto empujón”.

De “Escapada a Túnez” [pp. 67-68].

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