Eduardo Moga
Tenerife, Editorial Baile del sol, 2017, 167 págs.
Eduardo Moga
(Barcelona, 1963) es autor de una notable y dilatada trayectoria poética que
arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio
Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El
corazón, la nada (Antología poética 1994-2014),
con prólogo de Jordi Doce, pero la labor del escritor se ha abierto a otras facetas como la traducción (Ramón Llull, Frank O'Hara, Éraviste Parny, Charles Bukowski, Carl Sandburg, Richar Adlington, Tess Gallager, Arthur Rimbaud, Billy Collins, William Faulkner, Milton Rokead, Walt Whitman), la crítica literaria que ha ejercido en recitas como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, Ínsula, Turia, o Quimera, y ha recogido en volúmenes como De
asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007),
La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011),
La disección de la rosa (2015), Apuntes de un español sobre poetas de
América (y algunos otros sitios) (2017) o la edición (fue codirector de la colecciónd e poesía de DVD Ediciones desde 2003 hasta 2012). En la actualidad, es director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador
del Plan de Fomento de la Lectura.
Otro de los géneros en prosa
cultivado por el escritor ha sido el libro de viajes, con títulos como La pasión de escribil (La isla de
Siltolá, 2013), que recoge los viajes por Venezuela, República Dominicana y
México, o sus libros sobre Inglaterra: Corónicas de Ingalaterra. Un año en
Londres (con algunas estancias en España) (La isla de Siltolá,
2015), Corónicas de Ingalaterra. Unavisión crítica de Londres (Vasarek Ediciones, 2016). A este territorio
pertenece su última obra, publicada por la editorial tinerfeña Baile del sol, El mundo es ancho y diverso, que recoge tres viajes realizados por
el autor invitado a leer su obra: a la isla de Lanzarote, a Túnez, y a una gira
por varias ciudades de Chequia, Eslovaquia, Polonia y Ucrania. La literatura
“viajera” de Eduardo Moga surge de una notable capacidad de observación y una
sensibilidad abierta a la belleza de unos entornos distintos, que describe con humor,
agudeza y precisión, pero atento también a lo deforme y a lo absurdo (la
horrible arquitectura soviética en los países del Este, la prolija vigilancia
policial y militar en Túnez tras el atentado al Museo Nacional del Bardo de
2015 que ahuyentó el turismo europeo…). Reproducimos un fragmento de este viaje
de 2016.
“4 de mayo
Vuelo hoy
al Cuarto Encuentro Euromagrebí de Escritores que se celebra estos días en el
pueblo de Sidi Bou Saïd, a unos veinte kilómetros de Túnez. Se trata de una
iniciativa de la Unión Europea en el país magrebí para reforzar los lazos y el
conocimiento entre autores y europeos y norteafricanos, que cada año se
desarrolla en torno a un tema central. El encuentro al que se me ha invitado
trata de “Literatura y diálogo”, uno de esos enunciados bienintencionados
(¿quién no está a favor del diálogo, aparte del Es Estado Islámico y José
Mourinho?) y lo suficientemente amplio como para que se pueda hablar casi de
cualquier cosa. Por desgracia, el vuelo no es directo. Los vuelos con escala
suponen duplicar las incomodidades del transporte aéreo: si un aeropuerto y un
avión son ya insufribles, dos se me hacen apabullantes. Por lo demás, todos los
aeropuertos son iguales: estoy ahora en Fiumicino, pero miro a mi alrededor e
igual podría estar en Tegucicalpa. La repetición homogeneiza los procedimientos
y, en este sentido, nos ayuda a manejarnos en lugares que de otro modo
resultarían disímiles, pero también cercena toda noción de lugar: el aeropuerto
es el no-lugar, el espacio en el que no existimos, el territorio sin
materialidad ni tiempo en el que nuestra propia masa se disuelve en la nulidad
de lo igual. En el aeródromo de Roma disfruto de algunos de esos momentos que
hacen de volar una experiencia inolvidable, como que me cobre 9,90 euros por un
bufalino –un lacónico bocadillo de queso- y una cerveza “Corona”, o que una
monja que se me ha sentado al lado –en Roma hay muchas monjas; en Roma las
monjas son legión- me plante en los pies una voluminosa mochila –que, por su peso, debe contener media biblioteca
vaticana- y me mire con ferocidad muy poco cristiana cuando consigo sacar un
pie de debajo del bulto y lo aparto con un discreto empujón”.
De “Escapada a Túnez” [pp. 67-68].
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