sábado, 19 de octubre de 2019

Cueva


CUEVA

Jorge Ávila
Malpartida de Plasencia (Cáceres, Ed. Siete Pisos, 2019, 235 págs.

   Fundador de la editorial Siete Pisos, Jorge Ávila (Malpartida de Plasencia, 1975) es licenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Hasta el momento, ha publicado una novela corta, Tambores de pareja (Luhu Editorial, 2015) y el libro de relatos Conversaciones antes del despertador (De la Luna libros, 2017).
   Ahora, la editorial Siete Pisos publica Cueva, una novela cuya trama  arranca con la propuesta de Palmiro, un joven oficinista, a su amigo Gago, que trabaja de camarero en un bar, de abandonar sus vidas y sus trabajos de subsistencia para encerrarse en un ático y convertirlo en algo parecido a una cueva prehistórica, una idea que, considerada en principio una broma, va tomando cuerpo en conversaciones sucesivas. ¿Quiénes son estos dos jóvenes que están a punto de embarcarse en un proyecto descabellado? Como dice la cita inicial de Camilo José de Cela, hombres aburridos de ser durante años los mismos que han decidido convertirse en otros, “con otro acento, y otra vestimenta, y hasta otras ideas, si fuera preciso…”, lejos de un entorno en que les acosan y abruman “todas las malezas capitales” (G. H. Bayal). Naturalmente, tras este proyecto quimérico se adivina la tentación de una “huida” a la que están a punto de ceder. Hartos de “amores que se esfumaron”, de quienes venden la “felicidad al peso”, de la palabrería política, del teoricismo del aprendizaje académico, pero también de la banalidad y el exhibicionismo de las redes… estos dos seres ingenuos, envenenados de bibliografía de ciencias humanas (asisten con frecuencia a las clases de la facultad para rebatir a sus profesores), determinan abandonar sus vidas sin futuro para realizar sus sueños. A ellos se les unirá José Naváis que vive, como ellos un momento de crisis (una relación sentimental rota, una carrera terminada) y María, que ha vivido, siempre en el borde la marginalidad y de la delincuencia, varios fracasos amorosos.
   Poco a poco, este pintoresco grupo humano (todos con una vasta formación de lecturas tal vez no sedimentadas) irán convirtiendo un ático situado frente a un parque en una cueva, “el marco idóneo para encontrarse con uno mismo, con un yo en proceso de interacción con los materiales y herramientas más primitivas, a través del cual establecer conexión con el ser ontológico universal” [p. 22] de acuerdo con un proyecto que pasa por cuatro fases: el encierro, la risa, el silencio y el hambre, en una cueva con dibujos de arpones magdalenienses, hachas de mano, pequeñas lanzas con las puntas argentadas, bisontes en los techos (y una chimenea en el salón a modo de pira primitiva).
   La trama avanza entre conversaciones de una alta talla intelectual, con profusión de citas extraídas de ensayos de sicología, sociología, antropología y su tono es siempre bienhumorado, pero ¿lograrán sus propósitos estos jóvenes que, como Alonso Quijano, han abandonado lo que poseían para construir una quimera?
   Reproducimos un fragmento del diario (o crónica) de María, la joven del grupo.

   “Es cierto que el proyecto en su totalidad parecía una invitación al absurdo, pero si hasta san Agustín lo dijo: ‘Creo, porque es absurdo’ (lo tengo aquí apuntado: la cita, el autor, y una anotación que dice que lo citó Palmiro y que, por el contrario, a Naváis le sonaba que la cita era apócrifa y no de san Agustín), cómo no iba a suscribirlo yo, que era la primera vez que me sentía realmente escuchada. En fin, tengo también aquí un fragmento de la antigua crónica, que me dispongo a hojear entre sorbos de té:
   ‘Hoy han instalado por fin la chimenea, de manera que empieza a estar todo listo para que nuestros espíritus salgan de la recia sociedad donde permanecen enclaustrados, porque no es mucho decir que somos debilitados por quienes no cumplen sus audaces promesas de abrirnos las puertas de nosotros mismos sino que las cierran a riesgo de que dentro queden sepultadas la inocencia y la alegría, inútiles ya para cualquier cosa excepto la de padecer la horrible nostalgia de un desconocido anhelo, pues ya solo nos vemos como seres insoportables, esculpidos en el miedo y el odio, y es por eso que ahora, que empezamos a mirar a ese Olimpo que otros tildan de locura, esperamos con impaciencia que el fuego derrita la coraza que tanto nos pesa y que entre los pequeños estallidos de la leña suenen también nuestros bramidos de júbilo salvaje?”. [pp. 155-156].

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