CUEVA
Jorge Ávila
Malpartida de Plasencia (Cáceres, Ed. Siete Pisos, 2019, 235 págs.
Fundador de la editorial
Siete Pisos, Jorge Ávila (Malpartida de Plasencia, 1975) es licenciado en
Psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Hasta el momento, ha
publicado una novela corta, Tambores de
pareja (Luhu Editorial, 2015) y el libro de relatos Conversaciones antes del despertador (De la Luna libros, 2017).
Ahora, la editorial Siete Pisos publica Cueva, una novela cuya
trama arranca con la propuesta de
Palmiro, un joven oficinista, a su amigo Gago, que trabaja de camarero en un
bar, de abandonar sus vidas y sus trabajos de subsistencia para encerrarse en
un ático y convertirlo en algo parecido a una cueva prehistórica, una idea
que, considerada en principio una broma, va tomando cuerpo en conversaciones
sucesivas. ¿Quiénes son estos dos jóvenes que están a punto de embarcarse en un
proyecto descabellado? Como dice la cita inicial de Camilo José de Cela, hombres
aburridos de ser durante años los mismos que han decidido convertirse en otros, “con
otro acento, y otra vestimenta, y hasta otras ideas, si fuera preciso…”, lejos
de un entorno en que les acosan y abruman “todas las malezas capitales” (G. H.
Bayal). Naturalmente, tras este proyecto quimérico se adivina la tentación de
una “huida” a la que están a punto de ceder. Hartos de “amores que se esfumaron”,
de quienes venden la “felicidad al peso”, de la palabrería política, del
teoricismo del aprendizaje académico, pero también de la banalidad y el exhibicionismo
de las redes… estos dos seres ingenuos, envenenados de bibliografía de ciencias
humanas (asisten con frecuencia a las clases de la facultad para rebatir a sus
profesores), determinan abandonar sus vidas sin futuro para realizar sus
sueños. A ellos se les unirá José Naváis que vive, como ellos un momento de
crisis (una relación sentimental rota, una carrera terminada) y María, que ha
vivido, siempre en el borde la marginalidad y de la delincuencia, varios
fracasos amorosos.
Poco a poco, este pintoresco
grupo humano (todos con una vasta formación de lecturas tal vez no sedimentadas)
irán convirtiendo un ático situado frente a un parque en una cueva, “el marco
idóneo para encontrarse con uno mismo, con un yo en proceso de interacción con
los materiales y herramientas más primitivas, a través del cual establecer
conexión con el ser ontológico universal” [p. 22] de acuerdo con un proyecto
que pasa por cuatro fases: el encierro, la risa, el silencio y el hambre, en
una cueva con dibujos de arpones magdalenienses, hachas de mano, pequeñas
lanzas con las puntas argentadas, bisontes en los techos (y una chimenea en el
salón a modo de pira primitiva).
La trama avanza entre
conversaciones de una alta talla intelectual, con profusión de citas extraídas
de ensayos de sicología, sociología, antropología y su tono es siempre
bienhumorado, pero ¿lograrán sus propósitos estos jóvenes que, como Alonso
Quijano, han abandonado lo que poseían para construir una quimera?
Reproducimos un fragmento del
diario (o crónica) de María, la joven del grupo.
“Es cierto que el proyecto en
su totalidad parecía una invitación al absurdo, pero si hasta san Agustín lo
dijo: ‘Creo, porque es absurdo’ (lo tengo aquí apuntado: la cita, el autor, y
una anotación que dice que lo citó Palmiro y que, por el contrario, a Naváis le
sonaba que la cita era apócrifa y no de san Agustín), cómo no iba a suscribirlo
yo, que era la primera vez que me sentía realmente escuchada. En fin, tengo
también aquí un fragmento de la antigua crónica, que me dispongo a hojear entre
sorbos de té:
‘Hoy han instalado por fin la
chimenea, de manera que empieza a estar todo listo para que nuestros espíritus
salgan de la recia sociedad donde permanecen enclaustrados, porque no es mucho
decir que somos debilitados por quienes no cumplen sus audaces promesas de
abrirnos las puertas de nosotros mismos sino que las cierran a riesgo de que
dentro queden sepultadas la inocencia y la alegría, inútiles ya para cualquier
cosa excepto la de padecer la horrible nostalgia de un desconocido anhelo, pues
ya solo nos vemos como seres insoportables, esculpidos en el miedo y el odio, y
es por eso que ahora, que empezamos a mirar a ese Olimpo que otros tildan de
locura, esperamos con impaciencia que el fuego derrita la coraza que tanto nos
pesa y que entre los pequeños estallidos de la leña suenen también nuestros
bramidos de júbilo salvaje?”. [pp. 155-156].
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