PIEDRA Y PASIÓN:
Los viajes extremeños de Miguel de Unamuno
Andreu Navarra Ordoño
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Estudio, 2019, 95 págs.
Andreu Navarro (Barcelona,
1981), historiador y escritor, es autor entre otros títulos de La región sospechosa. La dialéctica
hispanocatalana entre 1875 y 1939 (2012), Aliadófilos y germanófilos en la cultura española (2012), El ateísmo. La aventura de pensar libremente
en España (2016), El espejo blanco.
Viajeros españoles en Rusia (2016), Ortega
y Gasset y los catalanes (2019) o Devaluación
Continua. Informe urgente sobre alumnos y profesores de secundaria (2019).
Piedra y pasión, que ahora publica la Editora Regional de Extremadura, se compone de tres ensayos
dedicados a los varios viajes de Unamuno
por el norte de la región extremeña: “Perfiles extremeños” (Hervás, Plasencia,
Trujillo, Yuste…), “Unamuno en las Hurdes” y “Unamuno en Mérida” (con ocasión
del estreno en el Teatro Romano de la ciudad de Medea de Eurípides, traducida por él, en junio de 1933, cuando
exclama: “¡Qué grandiosidad de escenario, sin necesidad de falsas bambalinas y
brochazos al temple!”).
Aparecidos en diarios y
revistas, los textos que dedicó a la región pasaron a formar parte de Por tierras de España y Portugal (1911)
y Andanzas y visiones españolas
(1922), aunque la región reaparecería en Paisajes del alma (libro recopilado por García
Blanco aparecido en 1944). En Extremadura, aparecerían una recopilación de
poemas y artículos con fotografías de Antonio Fernández (Extremadura, 1992) y Viajes
por Extremadura (Diputación Provincial de Cáceres, 2004) al cuidado de José
Luis Bernal.
El lúcido análisis de los
textos lleva al crítico a cotejar las valoraciones unamunianas con otros
autores que viajaron por la región, como Luis Bello (Viaje por las escuelas de España, 1926-29), Pío Baroja (La dama errante, 1908), Ciro Bayo (El peregrino entretenido, 1910), Ricardo
Baroja (Gente del 98, 1952), Julio
Cejador (Tierra y alma española,
1928), José María Salaverría (Los
conquistadores, 1918), o Maurice Legendre (Les Jurdes. Etude de Géographi humaine, 1927, reeditado la ERE en
2006, Semblanza de España, 1944).
Salvo la denuncia de ciertas lacras
(los cabildeos provincianos, la pereza de siglos, los juegos de azar…), la
visión que Unamuno da de Extremadura, del paisaje natural y humano, es
resueltamente positiva, pero, contemplado desde el presente es difícil
compartir las soluciones que propone: la defensa del casticismo, de los valores
morales, la renuncia y resistencia al progreso.
“Unamuno es partidario de la
pobreza digna, de la luchadora austeridad. Concluye que todos los españoles son
hurdanos porque cree firmemente que la política estatal no puede traer la
felicidad a los españoles. Porque opina que debe dejarles soñar su sueño eterno
y tradicional, sin trasladarles inquietudes perturbadoras […] los desgraciados
son los jugadores de Trujillo: quienes, habitando la civilización, se degradan.
¿Se comprende por qué carece de sentido arremeter contra Unamuno por haber
insultado a los extremeños? Unamuno elevó a dos clases de extremeños a la
categoría de arquetipos humanos: por lado, los vagos y jugadores que son el
producto del sistema liberal, de la monarquía feudal disfrazada de zarandajas
progresistas; por otro lado, el espíritu de superación, la vida oscura del
luchador de las montañas. Podríamos concluir que, para Unamuno, los hurdanos
son el ‘buen salvaje’. Sin embargo, es a la inversa: para él, los salvajes son
los civilizados. Los hurdanos son los que han logrado domesticar lo
intolerable, habitar lo inhabitable: “¡Pobres hurdanos! Pero… ¿salvajes? Todo
menos salvajes. No, no, no es una paradoja lo de mi amigo Legendre, el
inteligente amador de España; son, sí, uno de los honores de la patria” [pp.
55-56].
Cuando traduce sus
impresiones paisajísticas al verso los resultados son aún peores.
Hervás con sus castañares
recoletos en la falda
de la sierra que hace espalda
a Castilla: sus telares
reliquia de economía
medieval que el siglo abroga,
y a un rincón la sinagoga
en que la grey se reunía,
que hoy añora la verdura
de España, la que regara
con su libro –de él no avara-
el zaguán de Extremadura.
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