SOBRE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS
Madrid, Ed. Siruela, 2016, 240 págs.
He releído la novela más
conocida de Olga Nawoja Tokarczuk (Sulechow, Polonia, 1962), poeta, ensayista,
y narradora que acaba de recibir, por toda su trayectoria, el premio Nobel de
Literatura de 2018. Esta segunda lectura me ha venido a confirmar que la novela
(a diferencia de la mayor parte de las de su género, la novela negra) no pierde
nada en una segunda lectura, puesto que su mayor interés no es de índole lúdica (la elucidación de un enigma). Es verdad que recurre a la estructura de una
novela negra que dota a la trama de una tensión indeclinable: hay una serie de
muertes violentas y una investigación policial, todo ello narrado por una
anciana que, según todos los indicios, parece ajena a los hechos, aunque no a
la investigación
Gran parte del intenso atractivo
de esta novela procede de la personalidad de la protagonista y narradora.
Janina Duszejko es una anciana que vive en las afueras de una pequeña aldea
polaca en la frontera con Chekia. Fue ingeniera y construyó puentes en Siria
hasta que sus dolencias la obligaron a regresar a Polonia y dar clases de
inglés a chicos de corta edad al tiempo que dedica sus horas a realizar
análisis astrológicos de sus conocidos siempre que consigue conocer la fecha y
la hora de nacimiento. También cuida de las casas rurales cuyos propietarios
solo pasan en ellas los meses de verano y recibe la visita de su amigo Dioni
con el que discute sobre la mejor traducción de los poemas de William Blake (a quien pertenece el verso que da
título a la narración). Con la oposición de la policía, que la considera una
vieja chiflada, la anciana se involucra en la investigación. ¿Quién ha asesinado
a unos hombres (un cazador furtivo, un empresario, el comandante del puesto de
policía, un sacerdote…) que parecen tener tan poco en común?, ¿Tienen alguna
base las elucubraciones de la anciana, rechazadas por la policía, sobre una
venganza de la propia naturaleza por las agresiones que los hombres,
especialmente, los cazadores, cometen contra ella?
Finalmente, descubriremos la
solución, que, como es propio del género, será a la vez sorprendente y verosímil.
Pero, insisto, la peripecia policial es lo más fungible. Quedan, por el
contrario, en la memoria la altísima calidad literaria de la prosa a la vez que
la defensa radical de la naturaleza o la sagacidad para interpretar los
comportamientos humanos, como sucede en los siguientes pasajes:
Los clichés lingüísticos.
“Yo tenía mi propia teoría
al respecto de esas muletillas: todas las personas tienen un vocablo que
utilizan en exceso o de forma inapropiada. Esa palabra es la llave de su
pensamiento. Así, teníamos al señor ‘Aparentemente’, al señor ‘Generalmente’. A
la señora ‘Probablemente’. Al señor ‘Joder’, a la señora ‘¿O no?’. Al señor ‘Como
si’- El presidente era el señor ‘Verdad’ […] Yo no podía dejar de pensar que quien
abusa de la palabra ‘verdad’ miente”.
La repugnante celebración del
día de los cazadores.
“Apenas me había puesto en
camino recordé que aquel día era el tres de noviembre y que en la ciudad
estarían celebrando la fiesta de san Huberto [patrón de los cazadores]. Siempre
que se organiza algún acto infame, de los primeros que se echa mano es de los
niños. Recuerdo que nos enredaban de la misma manera en el desfile del primero
de mayo”.
Reproducimos un tercer fragmento en que se narra la llegada del invierno
“El invierno empieza
inmediatamente después de la fiesta de Todos los Santos. Así son las cosas
aquí: el otoño recogía sus pertenencias, se sacudía las hojas, ya no las iba a
necesitar, las barría bajo los linderos, le arrancaba los colores a la hierba
hasta que se volvía grisácea y difusa. Después todo era negro sobre blanco y la
nieve caía sobre los campos labrados.
-Guía tu arado sobre los
huesos de los muertos –repetí las palabras de Blake, no muy segura de que
citaba correctamente el verso.
Estaba de pie junto a la
ventana y observaba los rápidos preparativos de la naturaleza hasta que cayó la
noche y el desfile del invierno tuvo lugar a oscuras. Por la mañana saqué la
cazadora de plumas, aquella roja, la de Buena Nueva, y los gorros de lana.
En los cristales de mi
Samurai apareció la escarcha, todavía joven, muy fina y delicada, como un hongo
cósmico. Dos días después del Día de Muertos fui a la ciudad con la intención
de visitar a Buena Nueva y de comprar unas botas para la nieve. Había que
prepararse para lo peor. El cielo colgaba bajo, como es habitual en aquella
época del año. Todavía no se habían consumido del todo las velas en los
cementerios y a través de la tela metálica vi que las luces de colores
titilaban durante el día, como si la gente quisiera ayudar con aquellas míseras
llamas a un sol que se debilitaba en Escorpio. Plutón había tomado el poder
sobre el mundo” [pp. 179-180].
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