SI
ESTO FUERA UNA NOVELA
Pilar
Galán
Mérida,
De la Luna Libros, Col. La Luna del Norte, 2023, 217 págs.
Nacida en Navalmoral de la Mata, Pilar
Galán se licenció en Filología Clásica. Ha ganado, entre otros premios, el
Certamen internacional de la UNESCO, Miguel de Unamuno, Cuentos de invierno,
Helénides de Salamina, San Isidoro de Sevilla, Hermanos Caba; y ha sido
finalista en el NH de cuentos, Ana María Matute y Max Aub. Ha ganado también el
primer premio nacional de periodismo Francisco Valdés. Ha publicado siete
libros de cuentos: El tiempo circular
(EREX), Manual de ortografía, Diez
razones para estar en contra de la Perestroika, Paraíso posible, Tecleo en vano,
y La vida es lo que llueve (todos
ellos en de la luna libros), y Túneles
(Alcancía). Ha publicado cuatro novelas Pretérito
imperfecto, Ocrán-sanabu, Ni Dios mismo, y Grandes superficies, y dos obras de teatro, Los pasos de la piedra y Miles
gloriosus, todas ellas asimismo en de la luna libros. Publica, además, una
columna de opinión, "Jueves sociales", en El Periódico de Extremadura, coordina varios talleres literarios y
ha participado en numerosas antologías y revistas. Ahora la editorial
emeritense De la Luna libros publica Si
esto fuera una novela, un libro que se abre con una singular paradoja:
niega en su título el género que inaugura en la nueva colección de la
editorial, una discordancia menor si pensamos que la novela como género ha colonizado
otras muchas manifestaciones narrativas. En sentido estricto, Si esto fuera una novela podría
considerarse unas memorias que se mueven por el territorio próximo de la
familia y tienen como protagonista esencial la figura de la madre fallecida. En
breves capítulos que evocan con frecuencia un solo recuerdo, la obra prescinde
de un desarrollo temporal progresivo (y por tanto de una trama) ajustándose al “camino
no lineal de la memoria” consciente de que “la realidad siempre está por encima
de la literatura”. Tras un largo periodo de silencio en una trayectoria
narrativa notabilísima, Pilar Galán ofrece una obra de plena madurez con un
fuerte sesgo emocional que da testimonio de unas vidas humanas en su existir,
de unos padres, tras años de sacrificio, abocados al declive físico, a la
enfermedad y a la muerte. La escritura se hace entonces necesaria y dolorosa: “Por
eso escribo. Por eso duele tanto lo que escribo, porque cada palabra sostiene el peso de las que no están”. Reproducimos un
pasaje en que recuerda los últimos momentos de la vida de su padre.
“He estado sin escribir estos cinco años. No he sido capaz de tejer ficción ni realidad, solo he aceptado mandar al periódico cada semana una columna, porque sabía que si dejaba de hacerlo, el tiempo de curación iba a ser infinito. La columna ha sido mi muleta, mi bastón para no ir por la vida con los ojos cerrados, para seguir mirando.
Antes ya había pasado otro periodo de
sequía, pero no tan largo. Ocurrió tras la muerte de mi padre.
Yo había sido capaz de desdramatizar
siempre, y sacarle punta a todo para no venirme abajo, como defensa y como
apuntalamiento también, pero el dieciocho de diciembre de hace seis años, una
mediodía preciosa, con una luz que no era de diciembre, murió mi padre, y yo me
enfadé con el mundo. Y lo que es peor, dejé de reírme. En lugar de dejarme
vencer por la tristeza, que hubiera sido lo normal, me enfadé con el mundo que
había permitido que muriera sin apenas cuidados paliativos, con esta
celebración del dolor físico como penitencia no sabíamos muy bien de qué.
Recuerdo muy bien la cara del médico que
prohibió la sedación, y su nombre. No quiero olvidar sus ojos sin compasión
mientras se inclinaba hacia el cuerpo de la persona que ya estaba más allá de
ser mi padre. Mientras haya vida hay esperanza, nos dijo, a cambio de una noche
de agonía que no tenía nada de celebración de la esperanza, y sí de ceremonia
del sufrimiento de un hombre que iba a cumplir noventa y dos años”. [pp.
24-25].
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