martes, 26 de diciembre de 2023

Anasté

ANASTÉ

La hecatombe de Tarteso

Marino González Montero

Mérida, De la Luna libros, col. Teatro, 2023, 102 págs. 

   Marino González Montero (Almaraz, Cáceres, 1963) es profesor de secundaria en Mérida. Fundador de la revista de creación La Luna de Mérida, ha sido finalista en el Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en 2004 con su libro En dos tiempos. También ha publicado Tangos extremeños y Bulerías y los libros de cuentos Sedah Street, Diarios Miedos y Sed, así como los poemarios Incógnita del tiempo y la velocidad, Un estanque de carpas amarillas y La verdadera lengua de los pájaros. Es coautor del libro Puentes de Extremadura y de la edición ilustrada de La vida del Lazarillo de Tormes y autor de Rollos y picotas de Extremadura. Como autor teatral ha publicado The Tempest, una versión libre de la obra de Shakespeare, el poema épico-dramático La Bella Magalona así como el texto poético-dramático Aquiles. Ha escrito y dirigido obras como Muerte por Ausencia, LABERINTO: anatomía del presente y Satanás, así como distintas versiones de textos grecolatinos de Plauto, como Cásina, El Persa o Truculentus, y de Terencio, como El Eunuco, Heautontimorúmenos, Adelphoe, Phormio o Hecyra. Es autor y director del espectáculo flamenco Amapolas Negras.

   Situada su trama en lo que hoy son valiosísimos yacimientos arqueológicos, la obra contiene un diálogo entre Anasté y la diosa Nortia sobre graves temas atemporales (la condición de la mujer, la existencia de los dioses, la violencia, la muerte…) en un registro clásico, no exento de humor, y un elevado tono poético. Reproducimos un pasaje en que la protagonista ante los indicios perturbadores del fin de un mundo (de un pueblo, de una cultura, de unos dioses) evoca, por contraste, sus orígenes. 

         ANASTÉ: (Se aparta para evitar ser tocada. Asiente con la cabeza y con el gesto con las manos para invitar a NORTIA a que se siente en la escalinata a escuchar su relato. NORTIA acepta la invitación con una leve reverencia antes de sentarse).

Nacía bastante cerca

de aquí… un poco más de un día de viaje…

Roano Sereno dicen que llaman

a aquel territorio con muy buen juicio

pues se arrellana sobre rocas

rojas y serena es su vista pues carece

de picos y mansas lomas

suavizan la mirada del más terco.

         NORTIA: (Bostezando)

Ya estoy maldiciendo la hora fatal

en que te he pedido esto.

         ANASTÉ: (Que no hace caso)

Aquel territorio que ocupa piel

bajo mi piel sangre bajo mis venas

y locura bajo mi pensamiento…

fue el que me vio nacer

en el onceno día de la oncena

luna nueva…

en borrosa y velada y esquiva noche.

         NORTIA:

¿Podemos avanzar?

¿Quiénes eran tus padres?

ANASTÉ: (Alegrando primero la cara con el recuerdo)

Mi madre era natural de esta tierra.

Mi padre no… mi padre…

hundía sus ascendencia en las costas

primero de la Etruria

y antes del bajo Egipto.

         NORTIA: (Con algo de desprecio)

¡Ah! Entonces comerciante fenicio…

Quien tiene un fenicio… tiene un tesoro…

         ANASTÉ: (Algo contrariada)

Eso no…

es así…

         NORTIA: (Riéndose)

Vaya que no es así…

tú tienes el tesoro…

hasta que diga el fenicio que no.

         ANASTÉ: (Un poco mimosa)

Mi abuelo era fenicio… y guardo muy buenos recuerdos de él.

Mi padre era muy muy religioso…

         NORTIA: (Aparte al público)

Sí, adorador devoto de Mammón…

amasador del pan de oro y del pan de plata.

         ANASTÉ: (Que lo ha oído. Justificándose)

Mi padre llegó a ser augur mayor.

         NORTIA: (Como terminando un silogismo)

…y eso me proporciona vía libre

para amontonar una gran fortuna.

ANASTÉ: (Venida a menos)

Tienes toda la razón. Yo también…

le recriminaba a veces esa ansia

de poder y riquezas…

(NORTIA hace un ademán inquisitivo con la cabeza y los hombros para que ANASTÉ continúe).

Mi madre decía que el buen augur

y la familia del augur jamás

debían expresarse en esos términos

de culpa pues sólo a ellos les es dado

por mandato divino

la concentración y el reparto justo

de los bienes que aquellos mismo dioses

tuviesen a bien darnos como don”. [pp. 39-41].

 

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