miércoles, 27 de diciembre de 2023

El desorden del que te quejas

EL DESORDEN DEL QUE TE QUEJAS

Chelo Sierra

Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2023, col. Vincapervinca, 119 págs.

   Nacida en Madrid, Chelo Sierra estudió publicidad y como creativa publicitaria trabajó durante más de quince años. En 2009 se trasladó a vivir a Torremenga (Cáceres) dedicándose desde entonces a la literatura (fue durante dos años columnista de El periódico de Extremadura). Además de un reciente volumen de artículos literarios (De nada. Ediciones Torremozas, 2017), ha publicado tres novelas cortas (Los collares azules de bleubaie. Ayuntamiento de Toledo, 2015), El efecto avispa (Col. Hécula, Yecla, 2018), Bonsáis (Premium, 2019, finalista del Premio Encina de Plata) y La mala intención, 2023, premio de novela corta Ramiro Pinilla), y los libros de relatos El síndrome de Peter Pan (Cuatro Péndolas, Jaraíz de la Vera, 2012), La teoría de Polch (Ediciones Torremozas, Madrid, 2012), Desencuentos (Ediciones Torremozas, 2014) y La mirada del orangután (2016), con el que consiguió el XXVI premio de cuentos “Ciudad de Coria”, y fue, además, finalista del prestigio premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España, un galardón que venía a sumarse a otros numerosos reconocimientos (premio Ana María Matute de narrativa de 2012, premio Amboades de 2013, premio de novela corta Princesa Galiana de 2014, entre otros). Ahora la Editora Regional de Extremadura publica en su colección Vincapervinca El desorden del que te quejas, un conjunto de dieciséis relatos que desde distintas personas narrativas capturan fragmentarias instantáneas del presente que en ocasiones tienen un desarrollo realista (una pareja trata de liberar a su hija adolescente del laberinto digital que la está destruyendo, una mujer endeudada sustituye a la cuidadora de un anciano, aceptando las mimas condiciones de trabajo y la misma humillación…) y en ocasiones derivan hacia un desenlace fantástico e imprevisto. Nos encontramos ante vidas (con frecuencia, femeninas) ni aleccionadoras ni ejemplares, sumergidas en entornos conflictivos, narradas con una imaginería actual (urbana, pero seducida por el mundo rural), una aguda capacidad de observación y una innegable simpatía artística. Reproducimos el arranque de un relato (“Mentiras piadosas”) en que dos hermanas afrontan la muerte de la madre y a la sugerencia de un consuelo ilusorio y falaz.

 

   “Mamá acababa de morir. Las enfermeras entraron en la habitación y nos pidieron que saliéramos; tenían que hacer algo, ni siquiera quisimos saber qué. Dejamos de acariciar esas manos que ya eran potencialmente ceniza, y obedecimos la orden con una sensación de derrumbamiento, como si se acabara de desplomar un andamiaje que nos hubiera sujetado, firme y silenciosa, desde la infancia. Notamos, antes de abandonar la estancia, la grieta de silencio que produjo el monitor cardíaco, aquel trasto con números flúor: los pitidos que tanto habíamos odiado durante los últimos días desaparecieron como fugitivos infames, culpables de la desgracia. No nos alejamos mucho, empeñadas como estábamos en vigilar la puerta de la habitación en donde mamá ahora era apenas un objeto de atrezo, como si su cuerpo hubiera pasado a formar parte de la tramoya en la que ya no quedaban actores, ni orquesta, ni apuntador; tan solo un decorado polvoriento y un halo de misterio tan falso como los bolsos que vende un mantero. La dentadura postiza envuelta en una servilleta de papel sobre el alféizar de la ventana, las zapatillas a los pies de la cama, el neceser abierto en una repisa de la taquilla oxidada, un vaso de agua medio vacío en la mesilla. Y mamá. Desnuda. Descalza. Tan solo materia inanimada. Eso era lo único que habíamos dejado ahí dentro. No sé por qué insistíamos tanto en mirar hacia la puerta. No tenía sentido. Quizá aún esperábamos un truco de magia –recuperar sus cosas por si, uniéndolas, conseguíamos reconstruirla- o andábamos en busca de respuestas: ¿era la muerte de mamá la que nos asustaba o era más bien la certeza de que habíamos abandonado para siempre nuestra condición de hijas, ese estatus que te salva del ocaso?”. [pp. 79-80].

 

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