jueves, 23 de noviembre de 2017

El espejo


EL ESPEJO

Hilario Jiménez Gómez, Marisa de Llanos Pérez y Diego González [Dir]
Badajoz, Asociación de Escritores Extremeños, 2016, 98 págs.
Presentación de Juan Ramón Santos.
Diseño de portada y contraportada de Juan Ricardo Montaña.
  

   Acaba de ver a luz el número nueve de la revista de la Asociación de Escritores Extremeños, una entrega monográfica dedicada a recordar cuál era el panorama literario regional anterior a la fundación de dicha asociación. A este tramo se refieren los ensayos de Fermín Herrero (“A favor de al belleza”), Diego González (“Poesía en braguetas”), y José María Lama (“Un centenar de palabras airadas”), centrado este último en el controvertido II Congreso de escritores extremeños de 1982. Le siguen colaboraciones literarias de Inma Chacón, Efi Cubero, José Manuel Díez, Luciano Feria, Antonio Galán, José García Alonso, José Luis García Martín, Jesús María Gómez y Flores, Carmen Hernández Zurbano, Hilario Jiménez Gómez, Marisa de Llanos Pérez, Mario Lourtau, Carlos Medrano y Yolanda Regidor.
   El número se cierra con notas de lectura sobre obras de Hilario Jiménez Gómez (Luis García Montero), Maribel Tena García (Faustino Lobato), Plácido Ramírez Carrillo (Francisco Collado), José María del Álamo (Antonio Salguero Carvajal), Joaquín Benito de Valle Bermejo (Vicente Rodríguez Lázaro), Antonio Castro Sánchez (Faustino Lobato), José Antonio Santiago (Luis Leal), Juan María Hoyas Santos (Nicanor Gil), Pilar Galán (Enrique García Fuentes), Javier Sánchez García (María Elena Calvo), Diego González (Antonio Reseco), la revista Turia (Álvaro Valverde), Rosa López Casero (Merche Miranda) y Mario Martín Gijón (Enrique García Fuentes).
   Reproducimos un poema de Mario Lourtau dedicado a la memoria de Ángel Campos Pámpano, presidente de la Asociación entre 1993 y 1999.


ELEGÍA POR CAMPOS PÁMPANO

Volvías de Lisboa y la palabra muerte
no entraba entre tus planes.

A lo lejos –mermado en lo más alto-
un sol breve hacía las veces de candela
para esas alas tuyas y ese cuerpo
que no habrían de alcanzar al astro con las manos.

Por mucho corazón ensimismado,
por muchas veces que sintieses su presencia
soplar su negro aliento tras tu nuca,
tú no sabías de nieve ni mortaja.

¿Quién te iba a decir, después de todo,
después de haber sembrado con palabras
la vida y sus rastrojos,
que de tu última semilla entre los hombres
habría de germinar tanta tristeza?

Siquiera este refugio, estos húmedos
versos y esta luz –ahora tan blanca-
donde resbala el tiempo,
me acerquen más a ti, poema adentro,
para no hacerme materia del olvido.

Dejas ríos y calles encaladas.
Dejas aire por el aire de las cosas.
Dejas casa y el agua de tu ausencia.
Dejas sombras y sed para los tuyos.

Yo te hablo a ras de suelo, como hombre,
de todo lo que dejas vida adentro;

los hados no perdonan, tampoco la memoria
de tanta luz baldía, de piel
ya sin caricias;
y si llegas y nos tocas levemente,
-cualquier noche de marzo o en cualquier
fría tarde de esas a deriva-
se siente uno vacío, débil, herido,
hasta el punto de llorar otra derrota.

Y tú sabes bien, amigo, a corazón abierto,
los poetas somos más que vulnerables.

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