PARTES DE GUERRA
Ramón J. Soria Breña
Mérida, De la Luna Libros, Col. Lunas de Oriente,
2018, 116 págs.
Ramón J. Soria Breña (Jarandilla de la
Vera, 1965) es escritor y sociólogo. Además de varios trabajos de sus
especialidad, ha publicado el libro de relatos Los dientes del corazón (Baile del sol, 2015) y las novelas Los últimos hijos del lince (2010) y El barco caníbal (2018), con la que
obtuvo el premio Ciudad de Salamanca de 2017. Ahora, la editorial emeritense De la Luna Libros publica Partes de guerra,
una compilación de diez relatos que si bien permiten una lectura independiente
entrelazan sus tramas por la relación, íntima o casual, de sus protagonistas. Relacionados
por un episodio común (unas impúdicas cartas de Teresa de Cepeda encontradas en
el uniforme de un miliciano caído en la Ciudad Universitaria de Madrid), los
relatos, localizados en una España en guerra y una Europa amenazada por el
Golem nazi, nos llevan por Madrid, defendido por los brigadistas internacionales (adonde
llegará Ariadna Salom siguiendo a su amante), en Praga en donde André Salom esconde
y logra salvar de este modo las cartas de la devastación alemana, en Berlín en
donde Hans Wolf prueba nuevos modelos de aviones de combate, en Melilla en
donde los legionarios fusilan a los oficiales que no se suman a la sublevación,
en las cárceles franquistas de posguerra (en las que es torturada Ariadna y las
presas pierden a sus hijos)… Entre la rigurosa documentación sobre este periodo
histórico y una intencionada libertad de invención, los relatos acogen a
numerosos protagonistas reales, como dirigentes españoles y alemanes,
militares, pero también hay referencias al capitán Virgilio Leret, fusilado en
el 36, y a su esposa Carlota O’Neill, encarcelada durante cinco años, o a Dulce
Chacón que, por mediación de su nieta, entrevista a Ariadna para La voz dormida. Reproducimos un
fragmento en que se traza el destino de uno de los personajes bajo el yugo
nazi.
“Unos meses después André Salom comprende.
Su hijo mayor asesinado, sus amigos desaparecidos, sus casas arrasadas. El tren
no se para. Cada vez hace más frío dentro de los vagones de mercancías y sin
embargo la gente no protesta, no habla. Él ya se siente anciano y no teme a la
muerte a pesar de tener sesenta y cuatro años y muy buena salud. La noche antes
de que tuviera que presentarse en la estación envolvió con cuidado las cartas y
las escondió tras las obras completas de Alexander von Humboldt. Pensó primero
esconderlas bajo sus ropas. Después recordó que en una esquina del salón había
un listón de la tarima que podía levantarse, pero consideró que estaban más
seguras allí, entre otros libros. Si se han salvado del fuego durante tantos
siglos será que algo las protege. Pensó para sí. La última carta de Ariadna no
dejaba lugar a dudas: la guerra en España estaba ya perdida. Pero ella seguía
allí aunque sus hermanos desde los Estados Unidos le rogaban que viniera con
ellos antes de que fuera demasiado tarde. Al menos la chiquilla no estaba aquí, en Praga, no
vería lo que estaban haciendo ya los nazis con su ciudad y con su gente” [pp.
53-54].
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