DESCUBRIMIENTO DEL CONTINENTE NEGRO
Luis Sáez Delgado
Mérida, De la luna libros, Col. Lunas de
Poniente, 2010, 72 págs.
Actual Director de la Editora Regional de Extremadura, Luis Sáez Delgado
(Cáceres, 1966) es autor de ensayos como “Muchos años después” (en Reflexiones
sobre la novela), “La república nómada. Viaje y viajeros en la literatura
contemporánea de Extremadura” (en Invitación al viaje), “La novela
extremeña hacia el futuro” (en Extremadura-Portugal. Escribiendo el
siglo XXI) y de libros como Animales melancólicos. La invención
literaria de la identidad (2001), Un duelo privado.
Notas sobre el exilio como literatura de viajes (2005) y Literatura
en Extremadura, siglo XX (2003), en colaboración, este último, con el
profesor Miguel Ángel Lama. Luis Sáez es el editor literario de la "Biblioteca Felipe Trigo", un proyecto del Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz que se propone publicar en varios volúmenes la obra del escritor villanovense.
Ahora, le editorial emeritense De la luna libros publica Descubrimiento del continente negro, una
compilación de cinco relatos ambientados en las décadas posteriores al término
de la segunda guerra mundial, en ciudades como Moscú, París, Bruselas o Buenos
Aires, por donde se mueven creadores situados en la periferia del canon o
empeñado en “artes menores”: Georges Remi (Hergé, creador de Tintín), Oesterheld
(autor junto con Juan Salvo de El
Eternauta) Franklim Vilas Boas (el analfabeto escultor de piezas de madera)
y su “arte de expresión ingenua”, el cine documental italiano (Mondo
Cane, Holocausto caníbal), las piezas incomprendidas de Astor Piazolla…Pero
junto a la obra de estos creadores, asistimos por esos mismos años a proyectos delirantes
de líderes desmesurados: la erección de las gigantescas “siete hermanas” por
Stalin en Moscú, convertidas en sede del disparatado Laboratorio de investigación del cerebro, el vaciamiento de las ciudades por Pol Pot en
Camboya, la edificación del gigantesco Palacio del Pueblo por Ceaucescu
mientras planea una pena de muerte que se ejecutaría tras una larga condena (un destino que el acusado conocería desde el principio)…contribuyendo a
edificar un mundo de posguerra cuya “memoria provoca incomodidad y malestar”.
Próximos en su expresión y su configuración formal a una obra anterior (Animales melancólicos), los relatos se
estructuran en breves fragmentos que alternan la información y la reflexión en
una prosa elegante, sobria y precisa.
Reproducimos un fragmento del relato titulado “Actes Sud”, que evoca la
figura del escultor portugués Franklim Vilas Boas (Esposende, Portugal, 1919-1968).
“Franklim Vilas Boas era uno de esos fenómenos del arte popular que su
descubridor, Ernesto de Sousa, llamaba arte
de expresión ingenua, una fórmula que se anticipa al conservadurismo compasivo
que cierra el siglo. Lo cierto es que sus obras son toscas y confusamente
ecuatoriales, como si reprodujese una colección de cromos o unas estampas misioneras
mal impresas, y por eso nos cautivan. Admirado por los intelectuales que
rechazaban el régimen, despreciado por su familia, trabaja de limpiabotas los
domingos y como empleado de una
gasolinera el resto de los días,
mientras talla casi sin herramientas propias decenas de figuras zoomórficas, fantásticas
y con un aura religiosa que las acerca a los ídolos africanos. Había explicado
con estas
palabras por qué desbastaba la madera y
le daba forma: fue como si alguien me
hubiese tocado en el corazón y la cabeza. Una conversión fulminante, cerebro
y corazón, extravagancias de la longue
durée en un país controlado por la policía.
Según escribió el Diário Popular había
triunfado en 1964, al menos con la idea de éxito, un poco paternalista, con que
se revisan los nombres que hemos olvidado. Fotografiado con una chaqueta miserable,
un brazo casi inmóvil y la cara ensombrecida por el bigote, la barba mal
afeitada y la técnica del huecograbado, la exposición del sesenta y cuatro nos
parece ese instante de resplandor que todos alcanzamos alguna vez, el inicio de
una trayectoria imposible, cuando le quedaban cuatro años de vida, una luz
repentina y luego la oscuridad” [p. 28].
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