PECCATA MUNDI
José A. Ramírez Lozano
Valencia, Pre-Textos, 2021, 72 págs.
XXXIV Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver
Belmás
José A. Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) es autor de más de setenta obras en prosa y verso, premiadas muchas de ellas con galardones prestigiosos (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero, Ricardo Molina o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de novela corta). Su obra poética arranca con Canciones a cara y cruz (Sevilla, 1974), libro al que siguieron otros muchos títulos, muchos de ellos también premiados. Sus últimos libros de versos son Corambo (2007), Cuarto creciente (2007), Caliches (2009), Copa de sombras (2009), Raíz de la materia (2011), Rosas profanas (2012), Las islas malabares (2012), Ropa tendida (2013), Elegía de Yuste (2013), Discurso de anatomía (2014), Vaca de España (2014), A cara de perro (2017), Bestiario del cabildo (reedición de 2018), Epifanías (2018), La sílaba de ónice (2019) y La patria de los náufragos (2020).
Ahora, La editorial valenciana Pre-Textos
publica Peccata Mundi, ganador del
XXXIV premio internacional de poesía Antonio Oliver Belmás, que agrupa los poemas en dos bloques, “Veniales” y “Mortales”. Situados en la
aldea de Torales, los poemas, con un claro sesgo narrativo, relatan episodios y
casos prodigiosos, más allá de cualquier verosimilitud o realismo, con un
enfoque esperpéntico, en la estela de Quevedo o Valle Inclán pero sin su acritud,
y una gozosa imaginación (las citas recogidas en el libro pertenecen al más
crítico Machado de Campos de Castilla,
a Valle Inclán y a Cunqueiro) en la que no falta un humor lúdico. Nos
encontramos entonces con las ranas bautizadas que “croan en Dios”, con el
pastor poseído por el demonio que se duerme contando diablos, con la talla de
madera de San Armillo que, oculta en un macetón, enraizó convertido en un
melocotonero… En el segundo bloque, “Mortales”, las visiones son más tétricas:
borrachos en la taberna, procesiones grotescas, penitentes, cuerdas de
hospicianos y la presencia ubicua del diablo que agria las leches de las
cabras, envenena las parras “y siembra en las macetas / puñaditos de ortigas”.
Reproducimos una de las composiciones del primer bloque, caracterizada, como
las demás, por la eficacia de un lenguaje popular y levemente arcaizante.
FANIO
Fanio, el enterrador, cría gallinas
que campan sueltas por el cementerio
y picotean sobre las tumbas
las matas de magarzas y los ramos
de rosas que les traen
los deudos al difunto por noviembre.
Tres pollitas habadas con un gallo
que llama Avisador, porque
semeja
con su canto la horrible
trompeta que algún día sonará cuando el Juicio.
Los huevos de las pollas son tan negros
como el café que Fanio
calienta en el anafre a eso del alba.
Los ponen en los nichos vacíos y son huevos
no son de freír, que sólo valen
porque traen, si los cascas, dentro un papel escrito
con la misiva del difunto.
Ni día ni noche rige aquí, Fermina.
Sácame de este fuego.
Eso le dijo un día el abuelo.
Y la abuela vino a gastarse en misas
lo que en pan en un mes
y las ganancias de la montanera.
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